Revisando una de las primeras versiones de la historia de Belén, me encontré con este delirio del que nadie me dijo nada.
Es que antes de enviarles a mis pobres víctimas (lectores de prueba, en realidad) la… digamos… versión ¿definitiva? (eso no me lo creo ni yo) de una historia, vuelvo a ese "casi crudo" buscando alguna explicación que de leer tantas veces lo mismo se da por sentado o ideas que quedaron en el camino y valía la pena rescatar.
(Se supone) que cada personaje tiene su propia manera de expresarse influenciado por su educación, entorno, profesión, etcetera; pero a veces nos pasamos de largo.
Sin poder evitarlo caemos en la tentación que, cual sirena en el mar embravecido, nos llama a estrellarnos contra el vocabulario rebuscado.
Incluso en esos momentos en los que narrar usando expresiones pretenciosas no tiene sentido en un contexto simple en el que el lenguaje sencillo resulta más efectivo.
¿No?
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